Mariano Raijo
Todo empezó el día que descubrí que D. Mariano Raijo Pimpollo, a quien todo el mundo de su círculo privado le conoce por Marianín, no se llama Mariano.
Había estado leyendo acerca del origen del ilustre apellido materno, los Pimpollo, supuestamente gallego ya que D. Mariano es de allí.
Pero cuando me puse a buscar el apellido paterno, no logré encontrarlo en registro alguno.
Tengo un buen amigo que se gana la vida con la escritura. Es muy hábil con las palabras y rápido para resolver problemas, encontrar información, establecer estructuras y aplicar diferentes estilos. No para de escribir y cobra sus encargos por proyectos o por horas, dependiendo del tipo de trabajo para el que le contraten.
Ya ha ganado un par de Premios Nadal, aunque él no firma los libros, por supuesto. En su oficio, recibe el nombre de "negro". Él escribe y otro firma y se lleva la fama.
Como sabía que había sido contratado por el biógrafo oficial de Mariano Raijo Pimpollo para que escribiera sus memorias, supuse que él podría sacarme de esa duda tan tonta acerca de la procedencia del apellido del Sr. Raijo.
Quedamos para cenar y en la sobremesa, animado mientras tomábamos unas copas, me contó que Raijo había tenido una infancia muy infeliz.
Su padre, poco antes de nacer él, iba cada tarde al casino del pueblo, jugaba unas partidas de cartas, tomaba unos chatos de vino, charlaba con los amigos y se iba a cenar a casa.
Pero llevaba algunos meses incómodo en su habitual rutina. Había observado miradas de soslayo, alguna sonrisa picaresca y notado sospechosos silencios cuando se acercaba a algún grupo de amigos de improviso. Todas estas señales conjuntas no podían más que significar que su mujer le había sido infiel y que el hijo que esperaba no era suyo.
Los celos, el malhumor y la venganza se apoderaron de su personalidad.
Cuando nació el niño, habló con su mujer y le dijo que no le pondría de nombre Mariano, como él, y que tampoco le daría sus apellidos.
Poner Raijo de nombre a un niño que se apellida Pimpollo, fue una elección, no sólo rebuscada y redundante, sino también de mal gusto y vengativa.
La madre no entendía nada y por más que intentó explicarle que todo lo que se imaginaba era falso, Mariano Pino, el padre, siguió en sus trece.
Fue bautizado como Raijo Pimpollo. El párroco, dado que la familia de la madre era muy importante en el pueblo, prefirió no darse por enterado de la irregularidad y aceptó bautizar al niño, tan sólo con ese nombre tan extraño y el apellido de la madre.
Cuando Raijo fue creciendo, sin saber muy bien el motivo, comenzó a hablar de sí mismo como Marianín. Poco a poco, sus amigos le empezaron a llamar así y cuando creció y se convirtió en el personaje que todo el mundo conocemos, dejó que en sus tarjetas de visita pusiera: Mariano Raijo Pimpollo.
En unos días tengo que personarme en un Juzgado a causa de una denuncia que he recibido por haber escrito en vano y sin documentación que lo corrobore sobre el Sr. Raijo Pimpollo.
Había estado leyendo acerca del origen del ilustre apellido materno, los Pimpollo, supuestamente gallego ya que D. Mariano es de allí.
Pero cuando me puse a buscar el apellido paterno, no logré encontrarlo en registro alguno.
Tengo un buen amigo que se gana la vida con la escritura. Es muy hábil con las palabras y rápido para resolver problemas, encontrar información, establecer estructuras y aplicar diferentes estilos. No para de escribir y cobra sus encargos por proyectos o por horas, dependiendo del tipo de trabajo para el que le contraten.
Ya ha ganado un par de Premios Nadal, aunque él no firma los libros, por supuesto. En su oficio, recibe el nombre de "negro". Él escribe y otro firma y se lleva la fama.
Como sabía que había sido contratado por el biógrafo oficial de Mariano Raijo Pimpollo para que escribiera sus memorias, supuse que él podría sacarme de esa duda tan tonta acerca de la procedencia del apellido del Sr. Raijo.
Quedamos para cenar y en la sobremesa, animado mientras tomábamos unas copas, me contó que Raijo había tenido una infancia muy infeliz.
Su padre, poco antes de nacer él, iba cada tarde al casino del pueblo, jugaba unas partidas de cartas, tomaba unos chatos de vino, charlaba con los amigos y se iba a cenar a casa.
Pero llevaba algunos meses incómodo en su habitual rutina. Había observado miradas de soslayo, alguna sonrisa picaresca y notado sospechosos silencios cuando se acercaba a algún grupo de amigos de improviso. Todas estas señales conjuntas no podían más que significar que su mujer le había sido infiel y que el hijo que esperaba no era suyo.
Los celos, el malhumor y la venganza se apoderaron de su personalidad.
Cuando nació el niño, habló con su mujer y le dijo que no le pondría de nombre Mariano, como él, y que tampoco le daría sus apellidos.
Poner Raijo de nombre a un niño que se apellida Pimpollo, fue una elección, no sólo rebuscada y redundante, sino también de mal gusto y vengativa.
La madre no entendía nada y por más que intentó explicarle que todo lo que se imaginaba era falso, Mariano Pino, el padre, siguió en sus trece.
Fue bautizado como Raijo Pimpollo. El párroco, dado que la familia de la madre era muy importante en el pueblo, prefirió no darse por enterado de la irregularidad y aceptó bautizar al niño, tan sólo con ese nombre tan extraño y el apellido de la madre.
Cuando Raijo fue creciendo, sin saber muy bien el motivo, comenzó a hablar de sí mismo como Marianín. Poco a poco, sus amigos le empezaron a llamar así y cuando creció y se convirtió en el personaje que todo el mundo conocemos, dejó que en sus tarjetas de visita pusiera: Mariano Raijo Pimpollo.
En unos días tengo que personarme en un Juzgado a causa de una denuncia que he recibido por haber escrito en vano y sin documentación que lo corrobore sobre el Sr. Raijo Pimpollo.
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