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miércoles, 31 de octubre de 2007

Mutismo

... mientras tanto.


sábado, 13 de octubre de 2007

Mi Fiesta

Uff.

No estoy seguro si estoy escribiendo en este momento o aún me encuentro en mitad de la Fiesta.

Hace unos días vi en la televisión un par de ojos de becerro, con aspecto de medio muerto, bizqueando su mirada para dirigirla a unos centímetros por encima del objetivo que le grababa. Supongo que por estar leyendo lo que salía de su boca rodeada de pelos.

"Para el día de la Purita Fiesta Nacional, convoco a todos los patriotas para que muestren con orgullo algo que represente su devoción a esta Súper Nación llamada Patriaña"

No era un concurso de humoristas, ni un programa de grabaciones caseras, tampoco un telepredicador. Era un telediario y un tipo contando una historia bárbara, con pinta de no creérsela, pero intentando aparentar que era alguien importante.

Me impresionó. Es una debilidad mía. Admiro a la gente que es capaz de hacer el ridículo de la forma más exagerada aparentando dignidad en medio de su desfachatez.

Raudo cogí el coche y lo programé dirección Zaragoza. Como era él quien conducía me permití unos traguitos de cazalla para ir recuperando mi perdido espíritu nazional.

Llegué a tiempo para pasarme por unos cuantos bares de El Tubo y de paso conseguir lo que había constituido el comienzo de mi Camino Iniciático. Una estatuilla de plástico de Nuestra Señora del Pilar, La Pilarica, que encontré en una tienda de souvenirs cerca de una Parroquia de Caballeros Devotos a La Ilustre Dama.

Satisfecho por el deber cumplido, entré en una tasca cercana a la Basílica del Pilar, me tomé unos chatos de vinito de Cariñena, compré una bota que llené del mismo vino, volví al coche, y programé mi nueva parada: Jabugo, Huelva.

¡Qué viaje tan entretenido! Al no tener paisaje que observar por ser de noche, estuve disfrutando del placer inigualable que se obtiene cuando bebes directamente de la bota, como Dios, que Dios guarde en su memoria, lo dio a entender. Y comprendí, riendo a carcajadas, la sabiduría de la tradición requetespañola : "Cuando el tabernero vende la bota, o sabe a pez o está rota", recordando inmediatamente las enseñanzas que mi profesor de educación física, cuando estudié de pequeñito en el colegio de curas, me inculcó mientras cacheteaba con cariño mi culito para regañarme: "No hagas sin bota Camino, y cuando fueras no la lleves sin vino".

Cuando desperté llevaba la camisa con una chafarrinada de vino seco que hacía que emanase de mi persona un auténtico olor a borrachuzo con experiencia que me hizo sentir seguridad.

Llegué tan temprano a Huelva que me dio por cambiar la ruta desviándome por Zafra, Sevilla la chica, una ciudad que aún conserva el orgullo de los Conquistadores de esas tierras allende los mares. ¡Qué tiempos aquellos, cuando la hombría se medía por la cantidad de salvajes que podías cargarte en nombre de Dios, la Patria, y el Rey!

Perdido en ensoñaciones subí al coche y marqué las coordenadas de la calle Alférez Manuel Romero en Jabugo. Una hora después me encontraba comprando una pata de jamón ibérico alimentado con bellotas. Un auténtico jamón de Jabugo. En el último momento cambié de parecer y prevaleciendo en mí la sangre española, pensé que un jamón de siete kilos iba a ser un exceso para mis propósitos, así que le dije al buen hombre que me atendía que hiciera el favor de escoger una paletilla de unos cuatro kilos, pero que no por ello fuera menos sabrosa.

Paco, que así se llamaba el experto que me atendió, me envolvió con esmero la paletilla escogida en una malla de tela blanca que hizo que a la hora de abonarle la compra le obsequiara, con ésa no sé qué elegancia implícita que la gente de mi alcurnia posee, una propina de cinco euros que hizo que él, Paco, me diera agradecido un apretón de manos, de esos que sólo los hombres de palabra sabemos dar.

Con la bota de vino colgada en mi regazo, la Pilarica bien agarrada en mi cabellera a forma de peineta, y la paletilla de Jabugo cargada en mi espalda, volví al coche y programé mi nueva etapa: Sevilla.

¡Sevilla es lo más grande del mundo!

Vaya vestido de Faralaes que me compré. No estaba de moda este año, pero era el que más me gustaba y realzaba mi figura. De color rojo con lunares amarillos y dos volantes. En el de en medio se invertía el color del fondo y lunares.

El espejo se rompía en pedazos, del esplendor que reflejaba, al observar mi belleza.


Satisfecho volví al coche y ansioso de regresar programé mi destino final: Madrid. Antes haría una parada melancólica en Despeñaperros y me tomaría una cañita en "Casa Pepe", rodeado de recuerdos y gente amistosa.

Cuando llegué a Madrid me afeité, duché, depilé las piernas y axilas, y con el arrojo de los hombres de raza me puse el faralaes, un chal bordado a mano herencia de mi abuela, ajusté la peineta que me había fabricado con la Pilarica, crucé por mi pecho la bota de vino que antes había rellenado con buen vino de Valladolid, y con la mano izquierda agarré la paletilla de Jabugo para apoyarla en mi hombro y dirigirme con la espalda erguida a la Plaza de Colón.

Allí viví con emoción el desfile militar, saludé con mi mano derecha al alto a esa Gran Bandera RequetEspañola que ondea al lado de la estatua del hombre más admirado del mundo: Cristóbal Colón; y coreé junto a una docena y media de patriotas como yo un canto al amor "Cara al Sol con la camisa...". Después llamé traidores a los maricones que están gobernando Patriaña en estos momentos y como, a pesar de mis gritos, el uniforme que portaba no era del agrado de mis amigos nazionalistas, me bebí de un trago la bota entera y me puse a repartir paletillazos a diestro y siniestro hasta que perdí la razón, y afortunadamente el conocimiento.

¡Vaya Fiesta!

El año que viene la voy a armar de verdad...



sábado, 6 de octubre de 2007

El problema de la vivienda

Dado mi carácter solidario, me sumerjo en un estado de tristeza exagerado pero no por ello menos doloroso cada vez que, o leyendo en algún medio de comunicación o en un conversación con amigos, surge el problema de la vivienda.

Todos los españoles deberíamos tener una casa digna, un techo que nos cubra y protezca de las inclemencias climatológicas, un sitio donde disfrutar de los pocos momentos que tenemos después de unas largas jornadas de trabajo, un lugar de nuestra propiedad que nos haga creer que no somos unos parias, y que vivimos en una sociedad justa y desarrollada, porque en la Constitución en su Artículo 47 así lo dice:

"Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.
La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos".

Por ello, si un joven a los 18 años que ya tiene derecho a votar, o a comprarse un coche y conducirlo. ¿Por qué tiene que seguir viviendo con sus padres o malvivir incómodamente compartiendo un piso alquilado con otros como él? ¿Por qué no les regala el Estado la casa que les pertenece?

Muchas horas de insomnio me ha llevado alcanzar ese punto de inflexión necesario para darme cuenta de que sí había una solución y que ésta, como la mayoría de las cuestiones importantes de la vida, por ser tan simple se mantiene oculta.

Para evitar confusiones, sería tan fácil como enseñar en el colegio que promover no significa pagar. Así, al leer el afamado y recurrente artículo, nadie incurriría en malas interpretaciones y sabría por lo tanto que el Estado no tiene que comprar casas a nadie.

¿No queremos una sociedad liberal y capitalista? Pues seamos coherentes. Y a pagar por ello.


lunes, 1 de octubre de 2007

¡Oye...

Andrés...! Le decía su madre.
Antonio...! Le decía su padre.
Ángel...! Le decía su hermana.
Ander...! Le decía su amigo.
Aniceto...! Le decía su compañero de clase.
Anastasio...! Le decía su vecino.

Federico nunca se sintió aludido.