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viernes, 29 de febrero de 2008

Sencillamente

"En mi barrio a los tipos como Fernando Sánchez Dragó les llamamos, sencillamente, soplapollas".

Ferni Sánchez



lunes, 25 de febrero de 2008

Noche de establo

Sentado. Con la mirada perdida. Y esa luz tan brillante que se refleja en la nieve hiriendo mis ojos.

Quizá me esté observando Mr. Proper desde algún sitio del bosque. O se encuentre dentro de la casa decidiendo cuál es el mejor momento de aparecer. Como un mal guionista de una película de terror.

Me da igual. Es un gilipollas y cualquier opción que elija será lo suficientemente estúpida como para asegurar que lo único que conseguirá es que me ría de él.

Debe de estar enormemente cabreado. Si alguien me hubiera hecho la décima parte de lo que le hice yo a él hubiera dedicado el resto de mi vida a vengarme de ese hijo de puta. Aunque seguro que es tan imbécil que se conformaría con darme un par de puñetazos.

Afortunadamente hay gente para todo. Incluso los hay que perdonan o que buscan el perdón. Y no refiero al del confesionario, de ofrenda y pandereta, sino al de individuos que se lo creen de verdad. Que piensan que lo decente es comportarse bien con las personas y que hay que saber pedir perdón y perdonar, porque lo más importante de la vida es ser honesto con los demás.

Así les va.

Y yo agradezco que existan. Si no fuera porque hay tanto tonto suelto no me sería tan fácil vivir de ellos.

Debería hacer algo. Me estoy quedando helado. Salí hace un rato a por leña y ahora estoy pasando frío sentado en los escalones nevados de la entrada a mi casa.

Lo bien que me sentaría en estos momentos un trago. Empezaría a sospechar que existe el destino si ahora mismo apareciera un San Bernardo. Con forma de perro y cargando en su cuello un barrilito de coñac.

Además de las manos tengo que tener dormida alguna zona del cerebro. ¿Qué hago hablando para mí y ensimismado en recuerdos del pasado?

Humm... los recuerdos.

¡Cuán increíble fue aquello!

Dentro de un establo. Sentado en una vieja y cómoda silla. Con esa luz blanca cayendo del techo. Mirando, sin atreverme a pestañear, al frente. Y esos reflejos dorados, plateados, cobrizos, el brillo de la madera, los vivos colores, el impresionante realismo de la talla... hasta el pedestal de una sola pieza en el cual se sostenía, sin duda de mármol de Macael.

Nunca había visto nada igual. No podía ser auténtico. Y era imposible que se tratara de una falsificación. No conocía a nadie que pudiera trabajar con esa precisión las láminas de metal, tostarlas al fuego, obtener esos matices, esculpir con tanta belleza y precisión un tronco de árbol y extraer esa figura. Una figura que me resultaba familiar pero que no correspondía a ninguno de los santos que conocía.

Aunque no era un experto en historia del arte, sí sabía mucho de imaginería religiosa. Sobre todo de sus falsificaciones.

Y esta talla era diferente a todas las que conocía. No sólo por su belleza y técnica, sino por los símbolos que había incorporado el artesano.

Se trataba de una escultura tallada en una madera de una sola pieza, de unos 80 cm. de altura, que representaba a un hombre de cuerpo entero vestido con una túnica de monje de color vainilla, conseguido de forma admirable mezclando láminas de oro, cobre y plata hasta lograr dotarla de un color que en cada pliegue adquiría un matiz diferente dando la sensación de realidad, resplandor y uso.

De complexión fuerte, rostro que transmitía determinación, y ojos con brillo de enamorado. Abrazaba un báculo cuya voluta llevaba en su interior, extrañamente, la figura de una abeja, y en su mano derecha lucía un anillo de sello dorado con forma hexagonal en cuyo centro había grabada una cruz que conocía a la perfección.

¿Qué hacía allí? ¿A quién representaba la escultura? ¿De qué época era? ¿Cómo se podía haber conservado de esa manera? ¿Quién había sido el artista? ¿Cómo sacaría la talla antes de que amaneciera y pudiera venir alguien?

Estuve cerca de diez minutos admirando la figura. Bajé la intensidad de la luz y entendí el porqué de la existencia del potenciómetro. Dependiendo de la cantidad de luz que hubiera en la habitación la ropa brillaba más o menos. Transmitía de esa forma diferentes sensaciones. Casi a oscuras, su ropa alumbraba por sí misma la habitación. Era un efecto sorprendente. Emitía luz. Y el anillo brillaba con el reflejo del oro.

Con mucho cuidado probé a mover la estatua, vi que no estaba sujeta más que por su propio peso al mármol y que podía cargar con ella.

Aparté la silla al fondo, abrí la puerta, salí al establo y busqué una escalera. La llevé donde tenía aparcada la furgoneta y la dejé apoyada en el muro.

Volví al establo y llevé la talla hasta allí, subí con tiento la escalera y la deposité en el techo de la furgoneta. A continuación la bajé al suelo, la introduje en el interior, la envolví con mimo en unas mantas y sujeté con unos pulpos que no dañaran su pintura y que impidieran que se moviera en el viaje.

No pude resistirlo y volví por el pedestal. No se iba a quedar allí. Era una escultura más que un soporte y había sido esculpido para esa talla sin duda. No estaba trabajado con las técnicas ni herramientas actuales y había sido tan bien elegido que era un complemento imprescindible. No era el clásico color blanco, era amarillento. Más acorde con el color de la túnica del personaje y, sin duda, fue un encargo especial. Un bloque de mármol de 50 cm. de altura, cincelado y pulido a mano, que sujetaba a la perfección la imagen.

Pesaba bastante más y esta vez llevé unas mantas al establo, lo embalé allí y ayudándome de una carretilla lo acerqué al muro. Tuve que hacer un esfuerzo para subir la escalera cargando con el pedestal pero lo conseguí. Lo até bien dentro de la furgoneta y tapé todo con unos plásticos de color amarillo.

Volví dentro de la finca, coloqué la carretilla y la escalera en su sitio, apagué la luz de la habitación, cerré los cerrojos, dejé la llave en la escarpia, coloqué el falso fardo de paja en su sitio y salí, apoyándome en los barrotes de la entrada, al exterior de la finca.

Cuando llegué a la parroquia de mi padre conduje la furgoneta por el lateral, pasé dentro de la casa los dos objetos, los llevé a la habitación que siempre teníamos cerrada y de la cual ni Angustias tenía llave. Desembalé el mármol, lo coloqué apoyado en una pared, desenvolví con mucho cuidado la talla, la subí al pedestal, y satisfecho me dirigí a la habitación de mi padre para despertarle y mostrarle la pieza más valiosa que habíamos conseguido nunca.

Aún no había amanecido.

<< viene

miércoles, 20 de febrero de 2008

Políticamente Porrecto

Ya no es preciso disimular. Acabó el Carnaval y debemos mostrar nuestro rostro verdadero.

Miserables, xenófobos, facinerosos, poderosos sin escrúpulos, trepas, chupadores de pollas arrugadas, secretarias deseosas de ser folladas, machistas asesinos, feministas de bigote, maricas agradecidos al armario, revolucionarios gusanos, rancios obispos, monaguillos pajilleros, maridos puteros, esposas satisfechas por el sustento, políticos ladrones, propósitos de alcaldes, intermediarios de postín, despreocupados de la política, falsos indecisos estadísticos, los yo no he sido, mileuristas que cobran el resto en negro, empresarios que gestionan la pobreza de sus empleados, señoras de... que visten pellejos con olor a naftalina, latifundistas subvencionados, primeros en la lista, agricultores que rezan al granizo para cobrar otro año la pérdida de la cosecha, explotadores de inmigrantes, intermediarios camuflados, vividores de las víctimas, cocodrilos con lágrimas de vaselina, hipócritas, mentirosos, vendedores de ilusiones con comisiones fraudulentas, defraudadores de Hacienda, traficantes que dan trabajo a todo el pueblo, honrados padres de familia recién confesados, extremistas cristianos, adoradores del cilicio, sabedores de que la culpa siempre es del otro, periodistas papistas comprados por un sueldo, tertulianos para todo, escritores que no han aprendido a leer, músicos que no quieren escuchar, pintores cegados por la vanidad, artistas de la farándula, médicos funcionarios, funcionarios que nunca servirán para nada, sindicalistas por poder faltar al trabajo, policías de gimnasio, porteros de discoteca, creativos de basura, publicistas expertos en plagios, abogados untados por la otra parte, militares sin coeficiente, jóvenes que se saben preparados para pedir a mamá Estado, creídos presumidos, meaverdes con blackberry, activistas anti-globalización que recorren el mundo con los puntos de Iberia, oenegeros por una vida de gorra, nacionalistas de izquierdas, de derechas, de centros, paletos acobardados y acomplejados, racistas, reliquias del pasado, amantes de fronteras, dueños y señores, herederos de alcurnia, mecenas de banderas, ultraderechistas nostálgicos, salva patrias, curas de cachete, monjas de pellizco, desequilibrados rencorosos, censuradores del aborto de la hija del vecino, defensores de la tortura, enemigos de una muerte digna, divorciados que se manifiestan contra el divorcio, jueces de palo, nuevos ricos, admiradores de ineptos, militantes maquillados para la claque, extorsionadores, manipuladores de la información, indolentes con las hemerotecas, reescritores de la historia, mierdas de profesión, cerdos como yo.

Ha llegado el momento de demostrar que somos mayoría.

!Votemos al Partido Popular!


viernes, 15 de febrero de 2008

El tesoro

Me gusta conducir de noche. En realidad prefiero la noche para todo.

Recuerdo con cariño cuando, con 13 años, mi padre me llevaba fuera del pueblo para dejarme el coche y enseñarme a conducir.

Una noche casi nos estrellamos contra un camión que venía de frente porque mi padre dijo que para conducir debía ser un hombre y tenía que perder el miedo. Que me cambiara de carril, me dirigiera hacia él y ya veríamos quién se apartaba antes del camino. Para no chocar contra nosotros tuvo que dar un volantazo, se salió de la carretera y volcó.

Dimos la vuelta para auxiliarle y al llegar salió por la ventanilla, hizo ademán de limpiarse la camisa y cayó desplomado al suelo. Al poco tiempo se presentó la Guardia Civil y cuando se acercaron para ver cómo se encontraba, se despertó de golpe con una borrachera descomunal, se levantó y empezó a pegar patadas a la cabina del camión gritando: ¡Traidor, que todo lo tengo que hacer yo!

Lo que nos pudimos reír los que estábamos allí. Especialmente cuando se fijó en mi padre, vestido con sotana y flanqueado por la pareja de tricornios. Que si no estaba muerto, que no le dolía nada, que nunca se había imaginado así el infierno, que la culpa de todo la tenía un coche que se había cambiado de carril, que para evitar el choque había girado bruscamente saliéndose de la carretera, que él era católico, que había sido durante un mes el chófer de D. Manuel Fraga Iribarne, que era padre de siete niños y una niña, que su mujer estaba embarazada...

La Guardia Civil no le creyó en absoluto y cuando redactaron el informe especificaron que conducía borracho y mi padre firmó como testigo.

Esa noche aprendí que no había que conducir borracho y tener miedo al mismo tiempo.

Algunas veces me sorprendía ensimismado recordando episodios pasados con tal nitidez que revivía las mismas sensaciones que cuando ocurrieron. Había desarrollado tanto esa habilidad que podía, incluso, inventar historias y vivirlas realmente.

Iba pensando en esa característica mía cuando llegué al camino que cruzaba el merendero que había a las afueras de Boceguillas del Gargüero. Allí debía girar a la derecha, avanzar durante 800 metros aproximadamente, torcer a la izquierda por un camino de tierra y en el segundo desvío a la derecha seguir hasta toparme con la finca.

Efectivamente. Allí estaba. Rodeada de una tapia de unos dos metros de altura.

Aparqué en la parte de atrás. Subí al techo de la furgoneta y entré saltando el muro. Ví que en la entrada de la finca había un ancho camino franqueado por altos chopos que conducía a una antigua casa de adobe, mucho más grande de lo que había imaginado. Detrás de ella un terreno lleno de árboles frutales y en el lateral izquierdo un cobertizo de piedra. El establo.

Empezaron a ladrar unos perros y salieron a mi paso. Al no hacerles caso ni darles importancia se pusieron los dos a restregarse con mis pantalones. Debían tener hambre. Les eché unos trozos de panceta fresca y pan duro que había llevado en una bolsa por si acaso, se tranquilizaron con la comida y me encaminé al establo.

Unas treinta ovejas estaban allí encerradas.

Caminé hasta el fondo y comprobé que no existía ninguna habitación. Tan sólo paja.

Me puse a reír a carcajadas. El muy cabrón había vacilado a mi padre cuando le pedía la absolución. Mientras se estaba muriendo. ¡Qué huevos! Lo que me hubiera gustado estar allí mirándole a los ojos mientras le contaba esas trolas. Me maravilla la cantidad de gente anónima que existe llevando vidas increíbles imposibles de imaginar.

Haciéndome a la idea de que el paseo había sido en balde me dirigía hacia la salida cuando una imagen en el cerebro me paró de repente. El fondo del establo estaba lleno de un montón de pacas rectangulares de paja colocadas ordenadamente unas encima de otras y había pasado por alto un detalle. En la zona de la derecha los fardos de heno estaban ennegrecidos. No eran de la misma siega.

Volví, hice un pequeño amago de mover esa paja y asombrado comprobé que no pesaba nada. De hecho, la retiré sin ningún esfuerzo y vi que medía tan sólo 20 cm. de profundidad. Encendí la linterna y miré. Al fondo había una puerta. Avancé por el pasillo formado por las pacas de paja, vi que estaba cerrada por dos cerrojos y que necesitaba las llaves para abrirlos. Seguramente las llevara el anciano en su llavero. Miré alrededor de la puerta por si encontraba algún orificio donde pudieran estar escondidas unas copias antes de decidirme a tirar la puerta a patadas y me llevé la sorpresa de que a la izquierda, colgada de una escarpia, había una llave. ¡Inaudito!

La llave servía para los dos cerrojos. Giré las cerraduras, tiré del pomo y la puerta abrió hacia afuera. Alumbré con la linterna el interior y descubrí que se trataba de una habitación muy pequeña, de menos de dos metros de profundidad y a la entrada había colocada una gastada silla de anea que miraba hacia la izquierda. El interruptor de la luz parecía haber salido de una tienda de decoración. Con leds de color anaranjado para que se viera a oscuras y con potenciómetro para graduar la intensidad.

Pasé, cerré la puerta, me senté en la silla, di al interruptor, y una luz blanca halógena iluminó la estancia. Fijé mi vista al frente y mi corazón palpitó bruscamente, se paró, y arrancó de nuevo con un ritmo acelerado.

¡Gracias Dios mío por haber hecho que fuera mi padre quien asistiera los últimos instantes de ese anciano!

<< Viene y va >>

martes, 12 de febrero de 2008

Death Sound

Huyendo del ruido buscó el silencio.
Calló los oídos, frenó la mente,
detuvo el corazón, echó el aliento.
Pero nació un susurro silente
en el exacto instante en que murió.

James F. Macvallay
(Traducción libre)

domingo, 10 de febrero de 2008

The Camdem Market

¿Se habrá chamuscado también el casticismo del eterno revival seudo-punko de Londres?

sábado, 9 de febrero de 2008

Sacros secretos

  • ¿Qué te ha pasado en misa?
  • Anoche debí comer algo en malas condiciones.
  • Quizá fuera la bebida.
  • O tus sermones.
  • Déjate de hostias. Quiero hablar contigo.
  • Cuenta. Pero no te extiendas mucho que no estoy para charlas.
  • Ayer fui a Boceguillas del Gargüero. Se estaba muriendo un anciano, el párroco de allí tenía gripe, y me llamaron para la extremaunción.
  • ¿Y?
  • Me contó algo muy interesante.
  • ¿En la confesión?
  • Claro joder, cuándo si no. ¿Me vas a dejar hablar?
  • No grites que me duele la cabeza.
  • Hace más de treinta años, en una ermita abandonada de un pueblo de por ahí, al levantar unos muros para llevarse las piedras y utilizarlas para construir un cobertizo, encontró una sala que estaba tapiada. Entró allí y vio en un pedestal la talla de un santo. Le gustó y se la llevó.
  • ¿Y?
  • Que quiero que vayas a por ella y la traigas.
  • ¿Dónde está?
  • Me contó que en su finca. Al fondo del establo tiene construida una habitación y dentro está la figura.
  • ¿Habrá mucha gente?
  • Nadie, vivía solo. Ve por la noche con mi furgoneta y tráete la estatua. Quiero saber de quién es y si tiene algún valor.
  • ¿Esta noche?
  • Sí, cuanto antes mejor. No vaya a ser que tenga algún heredero o un vecino pase por su casa, encuentre la habitación y nos quite la imagen.
  • Después de comer me echo una buena siesta, me cuentas con detalle dónde están sus terrenos y me voy a por ella.

Escuché las campanadas de las tres, las cuatro y las cinco. No conseguí dormir pero me sentó bien el reposo.

Siempre me ilusionaba ir en busca de tesoros. Aunque seguramente éste no valdría más de 200 ó 225 euros. Por toda la zona ya se habían encargado los coleccionistas de arte sacro de desvalijar las iglesias por las noches o, sin ningún inconveniente, sobornar al párroco de turno por una mierda de miles de pesetas.

Conocía toda la región y ya había robado o comprado muchas piezas que luego vendía a intermediarios. Por eso estaba convencido de que el paseo nocturno no iba a reportar un beneficio económico, pero al menos pasaría un rato entretenido y olvidaría mientras tanto el destrozo que habían cometido en mi casa esos cabrones sin escrúpulos.

No entendía por qué habían hecho eso. Al fin y al cabo todos sabíamos de qué iba la fiesta. Bueno, el doctor no, pero no le imaginaba cargando con una lavadora hasta la habitación.

Algo debió ocurrir porque esta mañana estaban juntos esperándome para liarla y se les veía bien avenidos.

Y a la vista de su compañerismo y unión en contra mía, les tenía que preparar algo especial para que se sintieran más íntimos.

Cuando terminara el encargo de mi padre ya pensaría algo divertido.

Mientras tanto disfrutaría esta noche.

<< Viene y va >>

lunes, 4 de febrero de 2008

Encontronazo

  • Mala cara tienes.
  • ¿Es una consulta gratis?
  • ¿Quieres tenerla peor?
  • ¿Vas a invitarme a una juerga?
  • Qué callado lo teníais.
  • Paula y yo somos unos caballeros.

Intenté seguir el camino pero Mr. Proper me agarró del brazo.

  • ¿Dónde vas tan deprisa?
  • Al bar. ¿Os venís?
  • Mejor vamos a un sitio más tranquilo.
  • ¿Más que el bar antes de que acabe la misa?
  • Nos damos mejor un paseo en coche.
  • ¿Todos juntos de excursión dominguera?
  • Tú y yo solos.
  • Cariño, te quiero mucho pero preferiría ir con tu mujer.
  • Sigue con tus gracias.
  • Gracias las tuyas, machote.

Menos mal que resultó ser tan torpe como grande y cuando intentó golpearme, simplemente, me aparté y salí corriendo.

  • Una caña Tomás. Y un par de banderillas.
  • ¿Nochecita?
  • Mañanita.
  • ¿Por qué no estás en la iglesia?
  • He tenido que salir espantado de ella.
  • Cada día te pasas más. La que te va a armar tu padre.
  • Este pueblo se está haciendo muy aburrido.
  • Anoche preguntó por ti el doctor. Muy cabreado. Iba acompañado de un tipo enorme.
  • Mr. Proper.
  • Ése. Sabía que le conocía. El de los anuncios.
  • Pero en animal.
  • Cuántas veces te habré dicho que lo de Paula te iba a traer problemas. ¿Mr. Proper es un matón contratado por el doctor?
  • Pienso que es cosa de su chica. La conocí hace poco.
  • No escarmientas. Anda, tómate otra caña y ve a dormir.
  • No sabes cómo tengo la casa. La han destrozado.
  • Pues a la mía no puedes ir. Sabes que la Luisa no te aguanta.
  • No te preocupes. Ahora voy a casa de mi padre para comer con él igual que todos los domingos y me quedaré allí esta noche. Mañana me pondré a arreglar los desperfectos y ordenar un poco la casa.
<< Viene y va >>