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viernes, 1 de diciembre de 2006

Apuesta vital

Respondí a la llamada y supe que era ella y que había ganado.

Preguntaba por alguien que no vivía en casa, era una equivocación, pero a pesar de no conocer su voz no pudo engañarme.

La apuesta venía de lejos. Fue en 1960 cuando establecimos las normas del trato.

Las cláusulas eran muy simples:

  1. No podríamos hacer más que una llamada.
  2. Ambos podríamos elegir el llamar o ser llamado.
  3. Teníamos el compromiso de admitir el acierto o la equivocación.
  4. Si cualquiera de los dos ganaba, dejaríamos la vida que lleváramos en ese momento y viviríamos juntos desde entonces.
  5. Si cualquiera de los dos perdía, nunca nos volveríamos a ver.

Éramos muy jóvenes cuando, de tontería, al prometernos un amor eterno se nos ocurrió.

Con lo que no contábamos era con nuestra adicción a los juegos, a nuestra capacidad por esperar el momento más oportuno, a nuestra forma perfeccionista de hacer las cosas y al miedo de perder.

Y con esa estupidez de apuesta ha pasado toda una vida.

No sé qué habrá sido de ella. Si habrá terminado sus estudios, si estará casada, si tendrá hijos e incluso nietos, si se habrá acordado alguna vez de nuestro pacto, si sabrá que yo no he dejado de pensar en ella y que nunca he querido arriesgarme a llamar por si descubría que era yo y perdía con ello, para siempre, la única ilusión que me sostenía en vida. Volver a verla, volver a estar con ella.

- Lucía, sé que eres tú. Llevo tanto tiempo esperando esta llamada. Te quiero. ¿Dónde nos vemos?
- Perdón. No entiendo de qué me está hablando. Quería hablar con José y creo que me he equivocado de número. Lo siento. Adiós.

Casi cincuenta años esperando y hemos perdido la apuesta. Al menos yo. Nunca sabré si ella aún espera mi llamada o pretende hacerla algún día, y si llamase tendría que negar que soy yo. Nunca faltaré a mi promesa con ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No soy Lucía.

Pero te quiero igualmente.

Bss mil