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sábado, 11 de agosto de 2007

Espacios cerrados

Me acercaba, me rodeaba con sus brazos y, casi sin decirnos nada, bajábamos a la calle para dar un paseo. Era una secuencia que se repetía tres o cuatro veces al día.

Nunca entrábamos en una tienda. O en un cine. O en un bar. Ni siquiera nos subíamos a un coche. Siempre pensé que sentía claustrofobia, pero en ninguna ocasión me atreví a comentárselo.

Ahora, un mes después de que muriera, me acuerdo mucho de tantos buenos momentos y me siento menos libre que antes.

Ya no vivo en casa. Estoy encerrado junto a otros muchos, y mis compañeros dicen que si no viene alguien y se encapricha de mí, en unos días los dueños de este sitio me pondrán una inyección.

Creo que hoy entiendo el por qué de su odio a los espacios cerrados.


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