¡Vaya desastre!
La fiesta que montaron después de que me largara tuvo que ser tremenda.
Los muy animales.
Tardé diez minutos en atravesar el salón. Las sillas, rotas. Los sofás, unos encima de otros. La mesa que utilizaba cuando nos reuníamos toda la familia en Navidades, boca abajo y con una pata arrancada. La misma que atravesaba la pantalla de la televisión que se encontraba ahora debajo del mueble bar, o lo que quedaba de él, con una puerta descolgada y dejando ver en su interior la colección, hecha añicos, de las botellas en miniatura que robada de los hoteles. Las copas de cristal destrozadas. Las cortinas arrancadas. Una ventana rota. El suelo resbaladizo a pesar de estar recubierto con moqueta. Un olor a garito después de cerrar que daba náuseas...
El trayecto hasta la habitación fue más una excursión de montañero que otra cosa. Y cuando llegué tuve que quitar de encima de la cama hasta la lavadora. No quise ni imaginar cómo habían sido capaces de llevarla hasta allí.
Mandriles sin escrúpulos. Eso eran.
Me tumbé en la cama y dormí 14 horas seguidas.
Cuando desperté busqué ropa limpia que metí en una bolsa de viaje, fui al bar de Tomás a cenar algo, y me largué al Corazoncito para pasar allí la noche.
Mi intención era no tomar más de tres o cuatro copas. Pero cuando pensaba en el estado de mi casa y me acordaba de algunas escenas de la reunión, me enervaba y vaciaba con un par de tragos el vaso que, casualmente, siempre estaba lleno.
Me despertó Mari.
Un pinchazo taladró mi cráneo. Empezando desde las dos sienes a la vez y terminando en el ojo izquierdo. Tenía una hora para afeitarme, ducharme, vestirme, despejarme con un par de copas de anís, y llegar justo a tiempo de que comenzara la misa de diez.
De haberlo sabido nunca me habría levantado.
Los muy animales.
Tardé diez minutos en atravesar el salón. Las sillas, rotas. Los sofás, unos encima de otros. La mesa que utilizaba cuando nos reuníamos toda la familia en Navidades, boca abajo y con una pata arrancada. La misma que atravesaba la pantalla de la televisión que se encontraba ahora debajo del mueble bar, o lo que quedaba de él, con una puerta descolgada y dejando ver en su interior la colección, hecha añicos, de las botellas en miniatura que robada de los hoteles. Las copas de cristal destrozadas. Las cortinas arrancadas. Una ventana rota. El suelo resbaladizo a pesar de estar recubierto con moqueta. Un olor a garito después de cerrar que daba náuseas...
El trayecto hasta la habitación fue más una excursión de montañero que otra cosa. Y cuando llegué tuve que quitar de encima de la cama hasta la lavadora. No quise ni imaginar cómo habían sido capaces de llevarla hasta allí.
Mandriles sin escrúpulos. Eso eran.
Me tumbé en la cama y dormí 14 horas seguidas.
Cuando desperté busqué ropa limpia que metí en una bolsa de viaje, fui al bar de Tomás a cenar algo, y me largué al Corazoncito para pasar allí la noche.
Mi intención era no tomar más de tres o cuatro copas. Pero cuando pensaba en el estado de mi casa y me acordaba de algunas escenas de la reunión, me enervaba y vaciaba con un par de tragos el vaso que, casualmente, siempre estaba lleno.
Me despertó Mari.
- ¿Eh?
- Que te levantes Ese.
- No puedo.
- Tú mismo. Es domingo y son las nueve de la mañana.
Un pinchazo taladró mi cráneo. Empezando desde las dos sienes a la vez y terminando en el ojo izquierdo. Tenía una hora para afeitarme, ducharme, vestirme, despejarme con un par de copas de anís, y llegar justo a tiempo de que comenzara la misa de diez.
De haberlo sabido nunca me habría levantado.
2 comentarios:
es que mira que son estresantes los domingos...yo los domingos siempre rezo porque sea lunes pronto
A mí me encanta pasar en vela la noche del sábado. Diecisiete Rosarios de un tirón.
Cuando llego el domingo a misa voy entrenado.
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